El nombre es propio y otorgado por otros. Así el ser nombra y es nombrado, existimos entre nosotros y el Otro. Los nombres marcan, también los nombre de otros, nombre de la madre y el padre. Pensemos en nombres originales y el devenir de sus portadores: a Aristóteles: aristo: mejor, teles: fin, fue de los mejores filósofos, su filosofía era teleológica, orientada hacia el fin, y así se encaminó hacia el fin en su nombre. Los nombres bíblicos, Abram que cambió a Abraham: padre de pueblos como lo dice. Cambiarse el nombre es un acto de hablar en nombre propio. El nombre enlaza sentidos y destinos. Hablo como Pablo, para decir que obsequiar a nuestros hijos nombres es acto trascendente. Crear un nombre es la oportunidad de creador, de insuflar en el bautizado un presente único. Cuando tomamos nombres que ya existen, nos privamos de la creación, ya no es el primero. Si generamos un evento, creamos otro si le creamos nombre.
Los nombres de los hombres y de las mujeres alientan a ser lo que fueres. Descubrimos en nuestros nombres también los padeseres. Los nombres de nuestros síntomas y remedios, considerados como enigma nos zafan.
En psicoanálisis de sueños y síntomas, se manifiestan los nombres, sus anagramas, las iniciales, nuestros caracteres, que inscriben el carácter de seres.
Vivir en nombre propio, deshilvana los síntomas. O bien se expresa el deseo o mal se tejen síntomas. El deseo es de nombre propio.
Pablo Eugenio Grosz Schwarz
Psicoanalista