Las personas temen ir a una psicoterapia psicoanalítica o tomar un psicoanálisis, pues muchas veces asocian estas intervenciones a tratamientos eternos en los cuales quedarán atrapados, pudiendo desarrollar una dependencia incluso adictiva.
Efectivamente un análisis es un trabajo que en la mayoría de los casos es de larga duración, sin embargo ello dista mucho de un proceso eterno o hecho para fomentar la dependencia, como en algunas ocasiones se escucha decir. Es importante contrarrestar al menos algunos de dichos prejuicios, partiendo de los fundamentos y de la ética del psicoanálisis.
El psicoanálisis, método desarrollado por Sigmund Freud para tratar enfermedades psíquicas (histerias, obsesiones, psicopatías y otros) se fundamenta justamente en una idea de liberación; no por nada, su herramienta de trabajo privilegiada es la ASOCIACION LIBRE. Esto significa que, a propósito del trabajo de los síntomas y /o de los sueños, se le pide al paciente – analizante- que diga todo cuanto se le ocurre en relación a ellos, sin excluir ninguna ocurrencia y superando la autocensura que, muchas veces, asoma con pensamientos del tipo : “esta ocurrencia no la diré pues es una tontería”, “es irrelevante” o “esto es inapropiado”.
Parece tan fácil “asociar libremente” sin embargo existe una resistencia a esto, dada la acción de una ‘función crítica’ que ya no está en boca de un padre ni de un profesor sino que está internalizada y, en muchos casos alcanza altísimos niveles de exigencia.
Y cómo no va a suceder esto si la costumbre es moverse en un ambiente en el cual hay que ‘aprender’ permanentemente a decir lo correcto, a ocupar bien las palabras, a decir sin errores lo que corresponde asegurando que el otro escuche tal cual, sin posibilidad de malentendido.
Se teme ir por “mucho tiempo” a un análisis (sería cosa de locos), sin embargo casi nunca se cuestiona que se esté bajo la función educativa, institucionalizada, al menos durante trece años, los cinco días de la semana, en una extensa jornada diaria. Tantas horas de la vidas que se ocupan en educarnos, en las cuales se debe aprender cómo son las cosas, cómo fue la historia, cuáles son las maneras correctas de decir y hacer, está bien, pero, ¿será mucho dedicar algunas horas de nuestra vida a un análisis?
¿Tendrá algún sentido y algún fruto dedicar algo de tiempo a indagar en un inconciente –el propio- que ha sido partícipe de aquello que no se entiende de uno mismo, que ha estado en el origen de los propios síntomas, inconciente que asoma y pulsa de una manera distinta de la del pensamiento lógico y de la conciencia?. Porque si algo es cierto, es que generalmente los padecimientos no responden a la voluntad y parecen no responder a lógica alguna, al menos de la que se tenga conciencia.
Pues bien, el psicoanálisis está en otra orilla que la de la educación. En él, es el desvío, el fallido, el lapsus, el error, la única puerta posible para llegar a encontrar algo de uno mismo que se ha perdido. En el error, en el lapsus, en el fallido y, privilegiadamente en el sueño, es justamente donde uno aparece. En todo aquello que se ‘recorta’ (la censura propia puede ser más implacable que la social) porque no corresponde (por ser absurdo o inmoral o inadecuado o “anormal”), se deja caer algo propio que es justamente lo que afirma, lo que a-firma, a modo de un Nombre Propio.
Ruth Isabel Gaggero