Los Caminos de la Repetición

Ps. Cristhian Saavedra Z.

Tal como lo señaló Nietzsche, con su eterno retorno, la repetición se juega en el tiempo. Con Freud y, más aún con Lacan, sabemos que el tiempo que concierne al inconsciente, no es el tiempo histórico, sino el tiempo de la repetición.

Freud lo mostró, a partir de los datos aportados por la clínica y por el genio propio de la lengua alemana, que él supo escuchar. La repetición (Wiederholung) es, en su lengua, “ir a buscar de nuevo”, como si ésta -su lengua-, intuyera lo que Freud no dejó de señalar, desde el descubrimiento de su inconsciente.

George-Arthur Goldschmidt[1] nos muestra que la palabra alemana para repetición, apunta a un “ir por”, a traer de vuelta al presente algo ya conocido, en un trabajo de actualización de un “pasado” en el “presente”. La articulación del retorno de lo reprimido y la repetición es estrecha.  Y es que sólo podemos repetir lo ya conocido por nosotros, lo visto u oído con anterioridad, como nos ha enseñado Freud.

Así planteado el asunto, no dejamos de reconocer una suerte de “meta” en la repetición, emparentándola de este modo -como sabemos- con “la” pulsión, de Muerte. La repetición es inconsciente, “más allá” de los principios que rigen la adaptación y la homeóstasis yoica. En este punto, estamos lejos de cualquier referencia al “hábito o la costumbre”. La repetición que nos interesa en psicoanálisis -repetición inconsciente- se trata de otra cosa.  

Encontramos lo inconsciente al modo de una presencia actual, en un “está ahí de nuevo”, en un “otra vez”, que nos sorprende, a través de sus formaciones, en nuestros tropiezos, fracasos y síntomas, en lo que estos develan y ocultan.

El inconsciente insiste, en ese lugar que ya se conoce, en un camino surcado en la trama del lenguaje y la letra -lugar, al mismo tiempo tan desconocido para el yo- que apunta a la búsqueda, al reencuentro con un objeto perdido, el que se habría encontrado en una mítica primera vez y, a partir de allí, para siempre extraviado.

Las huellas, las marcas de ese primer encuentro, no se agotan ni olvidan.  Ese camino conocido, que las huellas y marcas delimitan, es lo que Freud, en términos de su Proyecto, llamó facilitaciones.

No podemos perder de vista el carácter “no deliberado” de la repetición, en ese retorno “de lo igual” caro a Freud. Vivencia de repetición, que deja al sujeto, no sólo sorprendido, sino por momentos que no son pocos, enfrentado con una vivencia de desvalimiento y ominosa. 

Basta recordar la anécdota que el mismo Freud nos relata[2], aquella vez en una ciudad italiana, en un paseo sin rumbo fijo que lo lleva por tercera vez, después de varios rodeos y no sin angustia, a la misma calle, al mismo lugar del que hubiese preferido rápidamente alejarse: es lo que hace que -por momentos- la repetición nos parezca con un carácter de fatalidad, la de un destino inevitable, implacable y trágico.  

Resulta necesario insistir que ese camino conocido al que hacíamos referencia más arriba, es desconocido para el yo. Misteriosos son los caminos que el inconsciente nos lleva a recorrer, en un “circuito” que no tiene nada de adaptativo, ni armoniza con las pretensiones del yo.  Freud mismo lo atestigua en la anécdota extraída de “lo ominoso”. Repetimos a pesar nuestro, a pesar del lugar al que la voluntad quiera dirigir nuestros pasos.

II.

  Lacan, mas que “continuador” de la obra freudiana, viene a subvertir sus conceptos, estableciendo otros operadores lógicos que ordenan y articulan el campo psicoanalítico. De esa operatoria, se desprende una orientación para la dirección de la cura, radicalmente distinta.

Si es el campo del lenguaje y, más precisamente, el significante en su materialidad gráfica, sonora, fonemática, el que constituye al sujeto humano, hablante, es el orden constituido por éste en dónde habrá que ir a buscar las leyes que determinan lo que retorna y lo que se repite. 

Y es que como ha señalado Lacan, son los desplazamientos del significante, como en la carta robada de Poe, lo que vendrá a determinar a los sujetos en sus “actos y en su destino”. Desplazamientos velados para el yo. Velamiento de que el sujeto, en sus acciones y en su destino, está inserto en un verdadero “circuito”, al que está integrado, constituido por los significantes provenientes del discurso del Otro, de esos Otros “históricos”, en sus fallas, faltas, en su herencia. Circuito que está constituido del precipitado de los encuentros azarosos, accidentales, en una una “serie infinitamente grande de antepasados”, al decir de Freud.

Así planteada las cosas, se podría considerar que habitualmente en la repetición estaría concernida la repetición de lo igual, como señalaba Freud, con su famosa compulsión a la repetición. Sin embargo, en la posición que asume la o el analista en su escucha, está abierta la posibilidad de pesquisar un matiz, un otro sentido que no corra necesariamente a cuenta de la repetición.

Esto es, precisamente, lo que nos enseñan los niños. Los niños juegan con la repetición.  En sus juegos y en sus reclamos a que los adultos les cuenten, siempre, el mismo cuento. Exactamente igual. Los niños se placen en un juego en donde la “diversidad más radical, “constituye la repetición en sí misma[3]”. Y es que la articulación significante, en su materialidad más elemental, fonemática, vacía de significación, que no expresa nada, y justamente por ello, es apertura y sorpresa frente nuevos sentidos; posibilidad de una diferencia, a un más allá de lo que se dice en lo que se dice, más allá de la repetición de lo igual, de los mismos significantes, del mismo cuento, de la misma historia.


[1] G. Goldschmidt. Cuando Freud vio la mar. Freud y la lengua alemana: Santiago de Chile: Ediciones metales pesados, 2017

[2] Freud, S. Lo ominoso (1919). Obras Completas, Vol. XVII.  Buenos Aires: Ed. Amorrortu.

[3] Lacan, J. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós. 1964

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